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Para que en todo tenga la preeminencia 

Robert Ewing

“Para que en todo tenga el primado (preeminencia v. 1960)”. Col. 1:18. Cuando Dios miró el cuadro oscuro de la humanidad rebelde, su amor puso tal preeminencia en nosotros. Pues Él no tomó a ninguno de los ángeles sino a su Unigénito hijo para darlo. También, el Señor descendió del lugar más alto del cielo al hoyo profundo del infierno para redimirnos. Y esto no fue una redención momentánea sino que nos colocó en lugares celestiales por todos los siglos. ¿Qué maravillosa cosa el Señor ha hecho para guardarnos, en lugar de poner en Él la preeminencia?

Sin embargo, la naturaleza humana es tal que quiere que la preeminencia sea quitada del Señor y puesta en nosotros. Satanás colabora con esto con sus sutiles maneras al creyente. Pues él toma las buenas cosas, cosas escriturales y nos roba de la preeminencia de Cristo al ponernos en ellas. Su estrategia es sutil porque una vez que descubrimos que estamos en tal preeminencia tendemos a tirar lo bueno como algo malo cuando era un medio necesario con un fin, conocer a Cristo. Y no es que lo bueno se haya vuelto malo sino nuestra actitud hacia esto. En consecuencia, lo bueno se volvió el peor enemigo de lo mejor.

¿Cómo sería esto posible?  Ciertamente, el estudio de la Biblia, el testificar, la adoración, los dones del Espíritu Santo, el orden divino, la obra de la iglesia, etc… ¿No podrían ministrar muerte cuando se usan para ministrar vida? Sin embargo, sí lo hacen cuando se utilizan para ministrar a nuestro ego y levantarlo en lugar de que suplan una necesidad ministran muerte, como los ríos que han sido canalizados al territorio enemigo. Dios no lo permita.

 

 

Observa el magnífico conocimiento de los Fariseos en cuanto a la Biblia. Sabían que el Mesías nacería en Belén. También sabían que Él viviría para siempre así que cuando el Señor habló de su crucifixión, eso les “probó” para su satisfacción que Él no era su Mesías. Ellos perdieron la Palabra viva por la letra de la Palabra. Hoy día, cuando la gente pone la preeminencia en la letra, también se tropieza con los tecnicismos que los roban de entrar en la tremenda vida espiritual en el Espíritu y los publicanos y las rameras entran antes que ellos.

“Gracia y paz os sea multiplicada en el conocimiento de Dios, y de nuestro Señor Jesús”.         II P. 1:2. ¡Qué tremendas implicaciones! La gracia (la suficiencia de Dios) y la paz no se multiplican en ti, sin importar cuántas de estas buenas cosas tengas, si no producen un conocimiento íntimo de Cristo en ti. “Multiplicada” es más que solo “añadida”. Moisés oró: “Ruégote que me muestres ahora tu camino, para que te conozca…”. Éx. 33:13. Dios nos da estas buenas cosas. Sus “caminos” para que al conocerlo tengamos gracia y paz.

En contraste con los Fariseos que estaban fascinados con la belleza, la dicción y los detalles del Libro Sagrado que pasaron por alto el propósito de la Escritura, otros se ocuparon de la envoltura del paquete que se olvidaron de su contenido. Pues las experiencias son como las envolturas que contiene la vida. Las experiencias del Espíritu Santo son maravillosas. Sin embargo, si nos detenemos allí y pensamos que Dios no tiene más para nosotros, entonces, la vida divina se atrofia. Todavía peor, hay algunos que tienen tanto miedo de la envoltura que rechazan el regalo. Porque un mal uso del regalo no es tan malo como el rechazarlo. Y no podemos excluir las experiencias como algo incidental pues la palabra “conocimiento (epignosis)” en II P. 1:2 significa conocimiento que viene por la experiencia.

 

 

Estas buenas cosas son, en principio, como los pámpanos son a la vid. Ni la vid ni el pámpano pueden actuar independientemente  y producir vida. Cuando los Fariseos usaron su frio razonamiento para interpretar la Palabra, en lugar del Espíritu (Ef. 6:17) se separaron como un pámpano de la vid. Cuando uno tiene experiencias genuinas y las sigue buscando para un regocijo personal en vez de la gloria de Dios, entonces, ese pámpano se corta y tales experiencias no producen vida. Cuando los ministros llamados divinamente dejan de recibir órdenes de la Cabeza y empiezan a someterse a los lideratos humanos y predican lo de ese grupo, la muerte entra, ya que han cortado sus ministerios de la vid.

Una iglesia local es una institución divina, sin embargo, cuando se separa de la vid, la muerte entra. Se vuelve solo otro remolino mientras que la principal corriente de vida divina fluye.  Las aguas aisladas se estancan y finalmente, se corrompen. El orden divino es apreciado en nuestros corazones y es un “deber” para lo mejor de Dios. Sin embargo, un ejemplo de cómo puede volverse un “remolino” o una actividad secundaria, se ve en la experiencia de un joven. En su búsqueda de Dios él llegó a una iglesia. No había ningún letrero en la puerta pero él asumió que era un servicio de alabanza así que entró con los otros creyentes. Era, como en I Co. 14:26, un servicio de participación mutua. Aunque todo estaba en perfecto orden algo faltaba pues no estaba siendo edificado. Años después, él se dio cuenta que ese grupo había puesto más preeminencia en el orden que en Cristo.  Debemos recordar que el “orden divino” se centra en lo divino y no en el “orden”  o el orden del hombre se vestirá con nuevo ropaje.

Cristo es la cabeza y la piedra angular como en la gran pirámide. Anteriormente, se pensaba que la piedra angular faltaba hasta que se descubrió que siempre había estado ahí pero invertida. Esta piedra mantiene todas las piedras unidas. Cuando “Cristo es el todo, y en todos”, incluyendo las buenas cosas (Col 3:11) produce unidad sólida. Aunque Dios pueda usar en cada reunión de la iglesia una buena doctrina, desplegar un orden hermoso y una alabanza talentosa, si cualquiera de estas cosas se convierte en la principal razón para congregarse y Cristo toma un segundo lugar, a la larga, habrá división. Cuántas iglesias se han levantado y han caído solo por esta razón.  Si han crecido aparentemente, alrededor de una personalidad o de algún programa que ha recibido la preeminencia, caerá en el Tribunal de Cristo y si no antes.

 

 

 

Porque esto es como una orquesta dirigida por su director. Si algún instrumento toma el liderato sin tomarlo en cuenta, sin cuán bien lo haga, habrá desacuerdo. Sin embargo, el director sabio no lo desechará sino buscará ajustarlo. Y así como hay tiempos donde él señala que algunos instrumentos tengan una actividad más importante que otros, de la misma manera son los tratos de Dios con nosotros.

Por lo tanto, debemos decir: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame agradado; Y tu ley está en medio de mis entrañas”. Sal. 40:8. Esa ley de amor nos hace flexibles a nuestro líder y automáticamente nos hace estar centrados en Cristo. ¿El deleite de Pablo fue en hacer algo bueno más que estar en Cristo? Esto hubiera sido fácil, parecería más difícil servir a Cristo. Sin embargo, su deleite no era ministrar o servir  sino hacer la voluntad de Dios, pues estuvo encarcelado por varios años. Y debido a esto, aunque hizo muy poco, tal como el escribir algunas epístolas en prisión, hizo más que cualquier otra cosa.

David aprendió que podía estar con el rey ganando atención nacional o con aquellas ovejas despreciadas, pues esto era la voluntad de Dios para él (escribió en su experiencia el Salmo 23 al estar en delicados pastos). El principal ejemplo de todas estas verdades es siempre Cristo. Mientras el deleite de los discípulos estaba sobre el reino terrenal en ese entonces, el deleite de Cristo era hacer la voluntad del Padre. Esta actitud opera como un “amortiguador espiritual” en lugares rudos.

Las peregrinaciones de Israel en el desierto están llenas de ejemplos de lo que acontece cuando exaltamos las cosas buenas en vez de a Cristo y su Voluntad. Pues algunos israelitas recogieron más maná que el que necesitaban y por consecuencia éste crió gusanos y se pudrió, así acontece a algunos hoy en día, pues ponen la preeminencia sobre la bendición más que en el Bendecidor, hasta que sus bendiciones se pudren. Así como Coré trató de exaltar su ministerio sobre la voluntad de Dios para él, y cayó, de la misma manera muchos hoy en día, que tienen maravillosos ministerios tratan de exaltarlos al construir pequeños reinos para ellos, compartiendo el liderato.

 

 

 

La principal figura es el tabernáculo y sus muebles. Cada uno de éstos nos guía hacia la plenitud de Cristo. El altar de bronce habla del discipulado, la mesa de la doctrina pura, etc. Pero lo más importante es que todo esto eran como señales en el camino para llevarnos al arca del pacto, ya que la columna gloriosa de la presencia de Dios no descansaba sobre de ellos sino sobre el arca del pacto (Lv. 16:2).

“No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra…”. Mt. 4:4. El discipulado, la doctrina pura, etc., son importantes partes de la construcción pero no son la principal piedra angular y cuando se usan para edificar en vez de Cristo, el fundamento, entonces, termina en muerte. Al hacerlo así, usualmente excluyen otros principios importantes y el patrón de Dios siempre tiene un equilibrio. No se trata de descartar algo bueno hasta el final, sino permitir que cada cosa tenga su lugar, lo cual es para glorificar a Cristo y entonces podremos tener algunas de estas buenas cosas.

Moisés no sabía que su cara brillaba. El brillo fue solo un resultado de haber estado con El QUE BRILLA. En lugar de que el predicador continuamente le pida a la gente sonreír, debe permitir que los discípulos sean “llenos de gozo y del Espíritu Santo” y, entonces, sonreirán como algo natural.

Al usar este mismo principio, en vez de que el creyente siga las señales debe leer Marcos 16:17, “Y estas señales seguirán a los que creyeren…”. Pues las señales nos deben seguir como verdaderos “creyentes”. Este pensamiento se ilustra claramente en 2°R. 2:10. Porque, en contraste con los cincuenta hijos de los profetas que esperaban alguna señal extraordinaria, está Eliseo quien miraba a Elías (tipo de Cristo) y a las señales que siguieron a su ministerio. Porque Elías le había dicho: “Si me vieres…” una doble porción de su espíritu reposaría en él.

 

 

 

Del aposento alto salieron los discípulos “investidos” con el manto del Espíritu para hacer señales poderosas. El secreto era que el único objeto de adoración había sido el Cristo resucitado, su Elías. Contrario a la creencia popular, una iglesia llena de señales poderosas y maravillas no la hace una débil y enfermiza iglesia o de otra manera, la primera iglesia se hubiera muerto en su infancia. La palabra milagrosa, ungida por el Espíritu, automáticamente produce las obras milagrosas.

Un dicho “santificado” dice: “Busca al Dador, no a los dones”. ¿Fue ésta la actitud que tuvo Pablo (y la del Espíritu Santo)? El apóstol sabía que el don es cómo conocer al dador y a pesar del desorden en Corinto él aun así les dijo que buscaran y anhelaran los dones sobrenaturales. También, declara que estos dones estaban en boga siempre y cuando los miremos en el “espejo” en obscuridad. Santiago dice que este “espejo” es la Palabra escrita (Stg. 1:23). El único camino más excelente es el de usar estos dones con amor, herramientas ungidas para el servicio.

“Sión” simboliza la “habitación” de Dios (Sal. 132:13) lo cual hoy día significaría la Iglesia llena del Espíritu o el creyente (Ef. 2:22). Para entrar en esta órbita celestial debemos estar centrados en Cristo. Israel salió de Egipto, en el campo de Zoán se desviaron a Zin y perdieron su rumbo a Sión (Sal. 78:12; Nm. 20:1). ¿Nos ha pasado lo mismo? Cuando una línea recta se curvea un poco, y continúa, se vuelve un círculo. Muchos están perdidos en el desierto de Zin debido a que su dirección se curvea y en lugar de llegar a la meta los conduce hacia sí mismos. Cuán “excéntricos” y fuera de centro, se pueden volver los hijos de Dios. Pues empezarían teniendo en mente un destino y se hallarían en un camino que en vez de guiarlos a su meta los desviaría.

 

 

 

Hay un camino equivocado y un camino correcto para practicar la verdad. Un grupo tuvo claridad en este tema. Para estar centrados en Cristo, ellos establecieron los dones del Espíritu, la lectura de la Biblia (ya que ellos querían la “Palabra viva”), y la oración, etc. Este fue un camino incorrecto debido a que estas prácticas por sí mismas no tienen ningún valor. El camino correcto es que a partir de estas cosas obtengamos lo mejor, es decir, que Cristo se manifieste a nuestra vida.

Sin embargo, ¿Cuáles son algunas de estas “asignaciones” de volverse espiritualmente excéntricos, cuando estas cosas se convierten en nuestro fin en lugar de ser un medio? Ya hemos visto que la gracia y la paz se dejan de multiplicar. También, estas cosas santas se vuelven comunes y a veces mecánicas. Perdieron su “sabor” de alguna manera. Cuando dejan de poner la impresión de Dios sobre nosotros y a su vez las usamos para impresionar al hombre, estamos manejando con la velocidad equivocada.

¿Somos como el buen Samaritano o somos como el sacerdote que prefiere presentar algo bueno en vez de la necesidad actual? (Porque él estaba más consiente con la obra de la iglesia que ayudar a alguien en necesidad).

Uno se asombra cuando viaja a la Ciudad de México en las antiguas carreteras al ver  hermosas y simétricas parcelas en las montañas cultivadas por los granjeros. La vida es mucho más que eso. Dios quiere que cultivemos cada área en nuestras vidas. A veces, Él trata con un área a la vez. Pero, ¿Cuáles son estas áreas que, cuando están centradas en Cristo, armonizan con nosotros?

 

 

En primer lugar está nuestra “parcela de fe”. ¿Está nuestra fe dividida y centrada en diferentes cosas, quizás en circunstancias, en evangelistas renombrados, o está limitada a nuestro credo denominacional o está sencillamente, centrada en Cristo y en su obra terminada? Nuestra “parcela de amor” y afectos no debería centrarse en las cosas de abajo sino en las cosas de arriba (Col. 3:2).

Luego viene un terreno difícil para nosotros y es rendirnos al divino Jardinero. Debe ser una de estas parcelas en la montaña, pues es nuestra “parcela de esperanza”. Veamos la belleza de la parcela de David: “Alma mía, en Dios solamente reposa; Porque de él es mi esperanza”. Sal. 62:5. Actualmente, el ministro pone sus esperanzas sobre algún plan “aprobado”, incluso los misioneros en sus peticiones económicas, los estudiantes en la interpretación teológica de un determinado doctor en divinidades, o en su escuela en lugar de ponerlas en el Espíritu  como el guiador de Dios a la Palabra (Jn. 16:13). No es en nuestro propio intelecto donde debemos poner nuestra esperanza. La guía  es tan hermosa cuando estamos centrados en Cristo, pues “te enseñaré el camino en que debes andar: Sobre ti fijaré mis ojos (te guiaré con mi ojo, versión King James)”. Sal 32:8.

Así como el ministerio de Cristo empezó y terminó con el cielo abierto y una línea directa con el Padre, así nuestro ministerio debería estar centrado en Cristo. En otras palabras, Él debería ser la fuente de donde se obtiene todo esto y el objeto al cual todo fluye si se quiere tener un fruto que permanezca. Los discípulos dijeron de Cristo que Él era un poderoso profeta, en primer lugar, “delante de Dios” y después “delante de todo el pueblo”.               Lc. 24:19.

 

 

Así como David vio de antemano al Señor siempre delante de él, de la misma manera, le aconteció a  Pablo (Hch. 26:19). Con razón cuando ellos enfrentaron a su Goliat corrieron en contra de él sin temor, ¡pues no veían al gigante sino al Señor! Nosotros somos como una hoja de papel utilizada en un laboratorio. Aunque hay muchas virutas de acero esparcidas sobre ella, cuando se le pasa un imán, las atrae. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos traeré a mí mismo”. Jn. 12:32. No solamente todos los hombres son atraídos a Cristo, sino el todo del hombre.  “Consolida mi corazón para que tema tu nombre”.       Sal. 86:11.

Nuestro estudio bíblico se centra en Cristo cuando el Señor surge de las páginas hacia nosotros (Lc. 24:44). Nuestra “parcela de testimonio” está centrada en Cristo cuando nosotros, como Cristo dijo: “me seréis testigos” aunque el mundo pueda pensar que es primeramente para ellos, cuando les hablamos del evangelio (Hch. 1:8). Esteban veía al Señor en lugar de ver aquellos que lo apedreaban. El Espíritu le dio esa fortaleza. Ya que los ojos de David estaban en el Bendecidor más que en la bendición, Dios lo llenó de bendiciones (Sal. 103:4).

Aunque era algo bueno que los ojos de Pedro estuvieran en la experiencia de la Transfiguración, lo malo fue cuando en su experiencia de caminar en el agua turbulenta él quitó sus ojos de Cristo y se hundió. Sin embargo, lo más engañoso son las cosas que pensamos que son buenas y no lo son. Lo psicológico (de la palabra griega psique, alma) en lugar de lo espiritual (de la palabra griega pneuma, espíritu, como los dones del Espíritu) es un ejemplo de esto. Con Isaías estaba el rey Uzzías y después que murió, el profeta vio al Señor (Is. 6:1). ¿Cuáles son nuestros Uzzías que deben morir antes de que veamos al Señor alto y sublime? Muchos reyes de Israel plantaron “bosques” es decir, árboles para Asera como se menciona en Dt. 16:21. “No te plantarás bosque de ningún árbol (atracciones) cerca del altar (el lugar de adoración de Dios) de Jehová tu Dios”. Hoy día, el hombre ha desechado al Espíritu de tal manera que ha plantado sus “bosques” para que sus miembros no se vayan.

 

 

 

Los “zimmahs” de Job fueron sus “Uzzías” que tuvieron que morir. ¿Qué es un zimmah? Es la palabra hebrea que se utiliza en Job. 17:11 siempre tiene un significado negativo en la Biblia y se traduce como “designio” o “propósito”. Dios arranca del corazón de Job esto. El significado básico de esta palabra es “plan” específicamente un plan malvado. Se traduce en otra ocasión en el libro de Job como “maldad e iniquidad” en referencia al adulterio. Y aún en el corazón de Job había “zimmahs”. Cualquier motivo mezclado o plan fuera de la voluntad de Dios son nuestros “zimmahs”. Cuando la madre de Zebedeo  vino “adorándole, y pidiéndole algo”, es decir una posición especial para sus hijos, ella tenía su propio “zimmah” (Mt. 20:20).

Los mejores cristianos pueden empezar en la banca y terminar en la misma posición. Ahimaas significa “hermano fuerte”. Era el mensajero oficial de David e hijo del sumo sacerdote. Cuando murió el hijo del rey (Absalón) colgado en el árbol, le notificó sin tener completa la noticia. Cusi (Negro, etíope) fue comisionado a avisarle a David. Como muchos ministros hoy, Ahimaas, hijo de Sadoc, insistió en darle la noticia a David y Joab se lo permitió (2°S. 18.). Él tomó el atajo (el camino de la llanura) y llegó antes que Cusi que había tomado el camino difícil. Aparentemente, aquellos que promueven sus propios “zimmahs” están progresando, pero, ¿Cuál será su fin? David, decepcionado le dijo que se apartara, cuando llegó Cusi, el hombre con el verdadero mensaje. Lo que sembramos eso cosechamos. Su única ambición era promover su ministerio, empezó en la banca y terminó en la banca.

Es mejor humillarnos ahora que esperar hasta el Tribunal de Cristo. Porque ahí la paja arderá. El Espíritu, las arras de la gloria que vendrá, nos preparará para esa gloria cuando somos bautizados con “el Espíritu Santo y con fuego”. Este fuego quemará todos nuestros zimmahs si nosotros se lo permitimos. Esto es el por qué algunos Ahimaas al recibir la llenura del Espíritu parecen ir en reversa en su ministerio. Van hacia todos lados pero en reversa de lo que Dios quiere ya que el Señor quiere hacerlos como Pablos (“Pequeños”) en lugar de Ahimaas (“hermano fuerte”). Cuando somos débiles entonces somos fuertes en la gracia de Dios. Muchos buenos Ahimaas terminan en la banca debido a que estaban en algún grupo que desde hace tiempo Dios había escrito “Icabod” (1°S. 4:21) sobre ellos.

Cristo no está revelado en su templo (la iglesia), debido a que el hombre lo ha envuelto con sistemas económicos, buena decoración y mucho entretenimiento, de tal manera que el pobre pecador no lo puede encontrar.

 

Este mensaje es para perfeccionarnos. Ya que el amor es el principal perfeccionador             (Col. 3:14) y a quien amamos lo ponemos en el centro de todo, el amor es la clave. El ministerio de tribulaciones junto con el don del Espíritu Santo producirá este amor          (Ro. 5:3-5). De hecho, el Espíritu Santo cuya meta es glorificar a Cristo y guiarnos a toda verdad, con amor, es la clave. “Él me glorificará”. Jn. 16:14. Las referencias bíblicas se han dado para que cualquier “Bereense” que busque en la Palabra vea si estas cosas son así. “Jehová cumplirá por mí…”. Sal. 138:8.

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