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La serpiente sin cabeza

Por Roberto Ewing.

A pesar de su ceguera, la lombriz de tierra tiene al menos una motivación. Ella logra arrastrarse por instinto. El instinto es el maternal Espíritu Santo, cuyo trabajo es ver y cuidar por toda la creación que ayudó a traer a la existencia. Sin embargo, la serpiente sin cabeza ya no puede hacer nada. Es semejante a un pollo con su cabeza separada del cuerpo, tiene un movimiento involuntario, que es producido por el cuerpo, no por su cabeza cortada.

Cuando era niño, una vez anduve con mi hermano mayor, en un camino cerca del río, y de pronto el horror me paralizó. ¿Por qué? Vi una serpiente viva, que no era una serpiente sin cabeza, estaba intacta, completa y se arrastraba como si fuera a atacar; comenzó a sacar y a meter su lengua. Quizá algún observador aficionado habría llamado a aquella serpiente una especie hermosa. Brillantes bandas amarillas hacían su apariencia de mayor rapidez y trataba de inocular su ponzoña venenosa que en alguno de nosotros, en ese momento.

El nombre de mi hermano era Harrison, así que le grité: -“Harrison, Harrison, mátala, mátala”. ¨Él tomó dos piedras y las lanzó contra la serpiente, lo cual la irritó más. Sin embargo, en el mismo momento, tomó su escopeta, apuntó y jaló del gatillo. Todo lo que observé fue la serpiente retorciéndose más que nunca. Pienso que estaba demasiado atemorizado para correr, pero una cosa me confundía. No podía entender porque mi hermano estaba en reposo, sonriendo al mismo tiempo que yo continuaba gritando: -“Harrison, mátala, mátala”.

Finalmente, me hizo una pregunta: “¿dónde está su cabeza?”. Miré y no pude encontrarla en ninguna parte. La cabeza había sido destruida por el  escopetazo que recibió.

¿Qué es lo inusual de aquel episodio? ¿No ocurren circunstancias similares a cualquiera que está expuesto a peligros, cuando crece? Sin duda. Hay una hermosa verdad que se ilustra aquí para todo cristiano.

Dentro de cada persona hay una semilla de naturaleza maligna heredada de nuestro padre ancestral, Adán, a través de la generación física. Esto se llama “el viejo hombre”, “la carne” (en sentido figurado, no literal), y también el “pecado”. En el huerto del Edén, Adán no tenía una naturaleza maligna hasta que pecó al obedecer a Satanás.

 

 

Cuando nos convertimos a Cristo, experimentamos una nueva vida por medio de la regeneración, la cual la Biblia la llama “el nuevo hombre”, “Cristo en nosotros”, o  “la nueva creación”. El nuevo hombre nos impele hacia la ciudad celestial y nos impulsa hacia las cosas espirituales. El viejo hombre nos impele hacia las cosas del mundo y nos impulsa hacia los deseos carnales.

Ahora bien ¿cuál de los dos vencerá? Hay un ejemplo de la experiencia de un jefe indio que después que recibió a Cristo como su Salvador, alguien le preguntó: ¿Jefe,  cómo ha estado? Hubo un momento de silencio y luego el jefe indio respondió: -“hay una gran batalla dentro de mí”. ¿Qué quiere decir con esto, jefe? “Dos perros grandes pelear dentro de mí, uno es un perro negro y el otro, un perro blanco”, y ¿cuál de los dos gana, jefe? “Al que más alimento”.

La respuesta del jefe indio manifiesta una verdad: la decisión para hacer el bien o el mal radica en nuestra voluntad. Adán en su propia alma con su voluntad, intelecto y emociones tuvo la decisión para pecar o no pecar.

 

Lo mismo acontece con el creyente, él decide o determina cuál camino seguirá, si el del Espíritu o el de la carne. En otras palabras, es capaz de ser transformado por la renovación de su mente, o es capaz de venir a ser destruido gradualmente por la sumisión a su vida carnal. Esto es semejante al enrejado de la vid que básicamente es neutral, pero puede servir para una mala vid o para una buena vid.

 

De hecho encontramos que Pablo llama “leyes” a estas tres fuerzas internas motivacionales. El “Yo” que es capaz de caminar en el Espíritu o en la carne, afectando así las recompensas de uno, se llama “la ley de la mente”. Ro. 7:23. El “viejo hombre” se llama “la ley del pecado”. Éste es el villano de la historia. Luego viene el héroe, “Porque la ley del Espíritu de Vida en Cristo Jesús me ha hecho libre de la ley del pecado y de la muerte”.   Ro. 8:2.

Sin embargo ¿dónde entra la serpiente sin cabeza en la presente ilustración? Siendo adolescente, no entendía cuando leía Romanos 6. Pues dice que esta naturaleza de pecado había muerto “una vez y para siempre”. “Porque los que somos muertos al pecado (literalmente habiendo muerto de una vez y para siempre, en algún momento en el pasado, morimos) ¿cómo viviremos aún en él?”. Ro. 6:2. En Romanos 6:6 leía que “nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con Él”. “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas”. Ro. 6:10.

Somos pecadores por naturaleza y para satisfacer la justicia divina y limpiar nuestro registro de pecado, el Padre celestial dispuso las cosas para que nuestro “viejo hombre” fuese crucificado con Cristo, a fin de que podamos ir al cielo. Cristo fue a la cruz una sola vez y para siempre; entonces, lógicamente nuestro “viejo hombre” estuvo allí una sola vez y para siempre con Cristo.

Así que, cuando miraba por la ventana y veía al señor Condenación, caminando en la calle, no podía entender cómo el viejo hombre había muerto “una vez y para siempre” con Cristo. Ese viejo hombre podía verse muy vivo en ciertas ocasiones. Entonces, la respuesta vino a resolver mi confusión. Legal y judicialmente Dios, el Juez, consideró que cuando Cristo, el Cordero de Dios, murió, también murió el “viejo hombre”. “Al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él. II Co. 5:21.

Aquí, en este punto, el Espíritu de Dios, el maestro divino, me recordó la experiencia que tuve con la serpiente. Porque la serpiente era engañosa, parecía hermosa por fuera, pero tenía veneno por dentro, de la misma manera “el viejo hombre que está viciado conforme a los deseos de error”, Ef. 4:22, desobedeció la Ley escrita en dos piedras.

De hecho, Pablo dijo: “…mas venido el mandamiento (ley), el pecado revivió y yo morí”. Ro. 7:9. Entonces, la escopeta del Evangelio vino y disparó a la serpiente. “Porque no me avergüenzo del evangelio: porque es potencia (la escopeta) de Dios para salud a todo aquel que cree…”. Ro. 1:16. Pabló reveló que hasta que venimos a Cristo, estábamos unidos a nuestra cabeza federal, Adán, pero ahora habiendo creído, Dios nos ha puesto en un nuevo Cuerpo, y la Cabeza del Cuerpo es Cristo.

En Romanos 5:12-19, Pablo hace la comparación. Gracias a Dios, no nos constituye en la posición de estar legalmente unidos a Adán y a su raza en ninguna manera. El Señor nos ve “en Cristo Jesús”. El “viejo hombre” ha perdido su cabeza.

¿Qué hay acerca del recurrente señor Condenación? ¡Parece estar muy vivo! Sí, la serpiente ha sido muerta en el calvario una vez y para siempre, pero aún quiere actuar como si estuviera viva. La serpiente aún se mueve. Así que le sigue la sepultura. Habríamos deseado tener a la serpiente fuera de la vista, al sepultarla o al lanzarla al río.

La espada flameante que apareció en la entrada del huerto de Edén y que se revolvía en todas direcciones es, al menos para nosotros, la cortante Palabra de Dios, cuando se aplica por el Espíritu Santo, es quien cava la tumba (el sepulturero). A medida que permitimos al Espíritu cortar con la Palabra dentro de nosotros, convicción en lugar de condenación, vemos que aquello que ha sido considerado muerto legal y posicionalmente se hace realidad.

 

 

 

No es un acto mágico el que nuestro viejo hombre sea erradicado de raíz, sus ramas, todo por una sola experiencia como afirman algunos. Sin embargo, Pablo contrasta estas dos posiciones: nuestra muerte legal y nuestra experiencia cotidiana siendo muerta, “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre juntamente fue crucificado con Él, para que el cuerpo del pecado (la antigua serpiente en continuo movimiento) sea desecho a fin de que no sirvamos mas al pecado”. Ro. 6:6.

 

Este mismo principio se ve en Colosenses 3:3, 5 porque después de decir: “…muertos sois…”, Pablo les dice: “Amortiguad (mortificad) pues, vuestros miembros que están sobre esta tierra…”. Luego Pablo menciona algunos de ellos. Si una vaca está en el campo, el carnicero no corta sus partes, sino que espera hasta que esté muerta. Es el mismo principio cuando dos países están en guerra. Primeramente se rompen las relaciones diplomáticas, el personal sale de esa nación, y posteriormente se enfrentarán y destruirán.

Cristo viene pronto por su Esposa sin mancha. No necesitamos ninguna serpiente con su cabeza cortada

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